La intervención
psicopedagógica se ha llegado a conocer de diversas maneras, tales como intervención
psicoeducativa, pedagógica, psicológica, etc., sin embargo, el término “psicopedagógico”
se utiliza principalmente para hablar de un grupo de actividades que ayudan a
solucionar problemas específicos, evitar la aparición de problemas adicionales,
además de apoyar a las instituciones para que la enseñanza y la educación se dirijan
principalmente a las necesidades, tanto de los alumnos como de la sociedad en general.
Entender la intervención psicopedagógica
como un proceso integrador e integral exige el reconocimiento de diferentes
acciones que atiendan a los objetivos y
contextos a los cuales va a dirigida; numerosos autores nos han provisto de una
propuesta de principios en lo que a la acción psicopedagógica se refiere:
Principio
de prevención: se conoce a la intervención como un proceso anticipado a
diversas situaciones causantes de dificultar el desarrollo integral de las
personas. La prevención se aplica para para impedir el surgimiento de
problemas, o, en caso de que estos problemas ya existan, contrarrestarlos.
Este
tipo de intervención preventiva debe aplicarse de manera grupal, con los
individuos que no presenten irregularidades importantes, aunque esto no elimina
a la posible población en riesgo. Por otro lado, se trata de disminuir el los
casos de población que en algún momento se puedan ver afectados por cualquier fenómeno,
principalmente personal o contextual, formulando una serie de competencias que
se puedan desarrollar de manera adaptativa en caso de fracasar con la modificación
del contexto negativo.
Principio
de desarrollo: la condición moderna que afecta a la intervención psicopedagógica
han complementado con este principio al de prevención, teniendo en cuenta las
etapas del ciclo vital del sujeto, en especial la fase de escolarización, en la
cual el sujeto se enfrenta tanto a su desarrollo evolutivo como a la aparición de
un contexto de relaciones y exigencias a nivel cognitivo, social y
comportamental.
Dicho lo anterior, se entiende que
el propósito de la educación consiste en aumentar y activar el desarrollo
potencial de las personas, realizando acciones que ayuden a la conformación de
una personalidad propia, mejorar sus capacidades, habilidades y motivaciones a
partir de dos enfoques teóricos no divergentes pero si diferenciales: el
enfoque madurativo y el enfoque cognitivo, de los cuales el primero trata de
las etapas sucesivas en el proceso vital de toda persona, con una gran
dependencia de los componentes biológicos; el segundo se enfoca más en la
experiencia y la educación como generadoras de desarrollo. Según Miller (1971),
un enfoque no excluye al otro: por el contrario, cuando ambos se toman en
cuenta es posible una adecuada flexibilidad teórica y por lo tanto una
intervención integral.
Principio
de acción social: en este principio se da la posibilidad de reconocer las
variables contextuales, lo cual es fundamental para la aplicación de las
competencias obtenidas en la intervención, para adaptarse y hacer frente a estas en su constante transformación.
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